Desde tiempos inmemoriales, el lenguaje soez ha sido condenado como signo de mala educación y vulgaridad. No obstante, la ciencia ha venido a reivindicar el valor oculto de las malas palabras: su sorprendente capacidad para mitigar el dolor físico.

Un equipo de investigadores británicos, liderado por el psicólogo Richard Stephens de la Universidad de Keele, ha encontrado que el uso de groserías puede inducir un efecto analgésico en el organismo. En su estudio, publicado en 2009, los participantes que proferían palabras altisonantes mientras sumergían sus manos en agua helada lograban soportar la incomodidad por más tiempo que aquellos que se abstenían de maldecir.

Este fenómeno, conocido como hipoalgesia inducida por el lenguaje, parece vincularse con una respuesta fisiológica propia del mecanismo de lucha o huida. Al decir una mala palabra, el cuerpo libera adrenalina y otras sustancias químicas que ayudan a soportar el dolor con mayor eficacia. De hecho, las conclusiones del estudio sugieren que el umbral del dolor aumenta hasta en un 32% y la tolerancia hasta en un 33% en quienes expresan su malestar con improperios.

Los científicos advierten, sin embargo, que el abuso de este método podría reducir su efectividad. Al maldecir con demasiada frecuencia, el cerebro se acostumbra al estímulo, disminuyendo su capacidad de generar la respuesta analgésica.