En una época donde la equidad de género avanza en numerosos ámbitos, persisten rezagos culturales que minan el bienestar emocional de muchos hombres, especialmente cuando sus parejas femeninas asumen el rol de principal sostén económico del hogar. Esta dinámica, que en apariencia debería ser vista como un triunfo compartido, puede detonar una profunda crisis identitaria para algunos varones.

Numerosos estudios incluidos análisis del Pew Research Center y la Asociación Americana de Psicología advierten que el ingreso relativo en la pareja influye directamente en la salud mental del hombre. Aquellos que perciben menos que sus esposas suelen experimentar sentimientos de vergüenza, disminución de autoestima y, en casos extremos, depresión. El peso simbólico del dinero sigue atado a la virilidad tradicional.

«Te hiere un poco el orgullo que sea tu esposa la que gana todo el dinero», confiesa Dave, un padre que abandonó el mercado laboral para dedicarse al cuidado de sus hijos. En su testimonio resuena una carga emocional que va más allá del ingreso monetario: implica cuestionar el arquetipo del proveedor que por décadas cimentó la identidad masculina.

A esta tensión interna se suma el juicio social. «Soy, ya sabes, un hombre de hombres… les dices que te quedas en casa, y… piensan que eres un tipo afeminado», afirma Tom, reflejando cómo los estereotipos machistas aún gobiernan la percepción colectiva sobre el rol masculino dentro del hogar.

Aunque las mujeres han logrado importantes avances en el mundo laboral, la estructura emocional de muchas relaciones no se ha transformado al mismo ritmo. La noción de que el valor del hombre está ligado a su capacidad económica continúa arraigada, generando conflictos silenciosos en las dinámicas de pareja.