Diversos estudios en el campo de la fisiología han confirmado que bañarse con agua caliente provoca arrugas en la piel de los pies y las manos, un fenómeno que, lejos de ser un simple efecto estético, responde a un proceso natural del cuerpo humano.

Según investigaciones publicadas por instituciones como el Instituto Max Planck y la Universidad de Newcastle, este arrugamiento no ocurre únicamente por el contacto con el agua, sino que es controlado por el sistema nervioso autónomo. El objetivo biológico sería mejorar la tracción o agarre de las extremidades en ambientes húmedos, funcionando como una especie de adaptación evolutiva.

Los científicos aclaran que este efecto no debe alarmar a la población, ya que no representa un daño para la salud. Sin embargo, señalan que si las arrugas persisten fuera del agua o aparecen de forma anormal, podría ser un signo de alguna condición dermatológica o circulatoria.

Este conocimiento reafirma cómo incluso los gestos más cotidianos, como una ducha caliente, revelan los complejos mecanismos con los que el cuerpo humano se adapta al entorno.