Aquellos que viven inmersos en el vaivén de la música diaria no sólo gozan de un deleite auditivo, sino que, según hallazgos recientes, también poseen una sensibilidad emocional más fina. Esta práctica, lejos de ser un simple hábito, refleja una mayor receptividad cerebral ante los estímulos sonoros.

Especialistas en neurociencia y salud emocional han observado que el cerebro de las personas que escuchan música de forma constante se activa con mayor intensidad en zonas vinculadas a la memoria, la empatía y el procesamiento emocional. De acuerdo con investigaciones realizadas en universidades europeas, el contacto permanente con melodías facilita la identificación y gestión de los propios sentimientos, brindando consuelo en momentos de ansiedad o soledad.

“La música se convierte, para muchos, en un lenguaje alterno. Es una forma de diálogo interno que permite conectar con vivencias profundas y encontrar alivio en tiempos convulsos”, explica la psicóloga dominicana Dra. Marisela del Rosario.

Asimismo, se ha evidenciado que quienes emplean audífonos durante gran parte del día suelen tener una capacidad más desarrollada para expresar emociones y mostrar mayor empatía hacia los demás. Aunque no todos lo advierten conscientemente, la música cumple una función reguladora que puede fortalecer la salud mental.

Este fenómeno, que cobra fuerza en una era marcada por el estrés y la hiperconectividad, plantea nuevas miradas sobre el rol de la música como herramienta terapéutica accesible y cotidiana.