Contrario a la creencia popular que asocia la sociabilidad con el bienestar, un estudio reciente ha arrojado una conclusión reveladora: las personas con mayor coeficiente intelectual tienden a mantener círculos sociales más pequeños y a buscar activamente la soledad. Esta tendencia, lejos de indicar antisociabilidad, parece responder a una estructura cognitiva distinta, centrada en la introspección y el propósito.

Los investigadores, cuyos hallazgos han sido difundidos en medios especializados en psicología conductual, sostienen que los individuos con altos niveles de inteligencia disfrutan de actividades solitarias porque encuentran en ellas una fuente genuina de satisfacción. Para ellos, el silencio, la reflexión y el progreso individual pesan más que la estimulación constante de la vida social.

“Valoran su tiempo como un recurso no renovable y lo invierten con rigor”, indica el informe. Su preferencia por la soledad no implica rechazo a los vínculos humanos, sino una elección consciente de calidad por encima de cantidad. A menudo, sus relaciones se caracterizan por una profundidad emocional y un sentido compartido de propósito.

Este fenómeno también podría estar vinculado a la fatiga social: las personas altamente inteligentes tienden a percibir las interacciones superficiales como drenantes, prefiriendo dedicar su energía mental a objetivos personales, creación intelectual o contemplación filosófica.